Recuerdo todos aquellos maravillosos momentos que viví junto a mi familia en el Zoo.
Me encantaban los animales y ni me planteaba que a ellos no les gustaba estar allí.
Prácticamente cada fin de semana lo pasaba en ese lugar que a mi me parecía mágico. Soñaba con trabajar en aquel sitio y estar rodeada de aquellos magníficos seres cada día de mi vida.
Como una de mis principales características es la cabezonería, me empeñé en que mi sueño se cumpliera y conseguí trabajar no en uno, si no en dos zoológicos de gran reputación.
Al principio todo era fantástico. Cuidar de los animales, darles de comer, limpiarles, darles cariño pero, de repente, pude ver algo que no me habría planteado jamás. Detrás de las rejas, solo podía ver miradas tristes y muerte en vida en aquellos seres que no eran más que víctimas inocentes de una sociedad especista y represiva.
Uno de mis sueños se vino abajo. Lo que antes me parecía lo mejor del mundo, se llegó a convertir en una terrorífica realidad que me abrió los ojos ante una gran injusticia.
Me sentí engañada, defraudada y realmente frustrada. Desde niña me hicieron creer que los animales eran felices en aquellas cárceles llamadas zoológicos. No me contaron como aquellos seres terminaron padeciendo condena perpetua.
En el colegio me enseñaban imágenes de delfines saltando entre anillas con una aparente sonrisa que ocultaba su terrible realidad. La televisión me mostraba como los osos pandas vivían plenamente entre bambú cortado y cuidados humanos. La sociedad me mostró a los animales como una diversión para nuestra especie, sin hacerme pensar que yo también era un animal. No me dejaron plantearme si aquellos chimpancés que me miraban tras el cristal, no ansiaban más que la libertad o incluso la muerte para liberarse de aquel terrible sufrimiento.
Las cosas que son divertidas no implican sufrimiento. Debemos crear conciencia desde las más tempranas edades. No mintamos a los niños. Los zoológicos son un lugar de explotación de seres sintientes. No obliguemos a las personas a permanecer con los ojos cerrados.
Las jaulas no son hogares. Es hora de levantar la voz en contra de lo que el sistema quiere que transmitamos.
No veo ético ni moral que permitamos que los niños crezcan sin saber la verdad, o peor aún, creyendo una historia falsa que implica la tortura de miles de criaturas.
No mostremos una realidad disfrazada, desmontemos la patraña y eduquemos resaltando la bondad y empatía humanas.
Una sociedad mejor es posible. Si nos atrevemos a mirar más allá de la simplicidad de lo que nos venden, hallaremos el modo de hacer que los niños de hoy, cambien el mundo del mañana.
Si queréis conocer más sobre la realidad que se vive en los zoológicos, os recomiendo visitar el siguiente enlace: http://despiertatenecesitan.blogspot.com.es/2014/01/nadia-la-desesperacion-de-los-zoologicos.html
Soraya R. Oronoz
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