domingo, 16 de enero de 2022

Ítaca sin ítacas. La sociedad de las prisas y la virtud contrafáctica

Esta entrada se dirige a todos aquellos consumidores de horas, de días, de vida... 

Consumimos vida como si dispusiéramos de saldo de horas ilimitado, sin caer en la cuenta de que para la excelencia se precisa calma, buen hacer, cultivo de la voluntad, focalización y mucha paciencia.

Hoy os invito a vivir empleando los segundos en cuestiones de valor, pues de nada sirve llegar a Ítaca sin conocer el significado de "las Ítacas", y para quien no recuerde a qué se refiere esta expresión, le recomiendo ver este hermoso vídeo con el poema de Kavafis:


¿Alguna vez has pensado en qué inviertes tu tiempo? ¿Has sentido que debías hacer rápido todo y, realmente has visto que eso únicamente te ha llevado a tener que seguir corriendo?

Acabar la carrera, el Máster, el doctorado, publicar, acumular papeles, acreditarse, ¿te suena? Probablemente si eres o pretendes ser "académico" así será... a lo que te recuerdo que el sabio no desea ser sabio, pues el principal motor de llegar a convertirse en tal, radica en el deseo de aprender sin pretender ser.

Por su parte, deseo hacer que conozcas el prólogo de Aurora, una de las grandes obras de Nietzsche que menos se suelen mencionar, y espero que la sociedad de las prisas, la rapidez y la competición por llegar a... te empiece a parecer lo que realmente es: la cuna de la mediocridad aplaudida. 

«Este prólogo llega tarde, aunque no demasiado tarde; ¿Qué más da, a fin de cuentas, cinco años que seis? Un libro y un problema como éstos no tienen prisa; además tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud. No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra “filólogo” designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud. No escribir más que lo que pueda desesperar a quienes se apresuran, es algo a lo que no sólo me he acostumbrado, sino que me gusta, por un placer quizá no exento de malicia. La filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud.

Por esto precisamente resulta hoy más necesaria que nunca: precisamente por esto nos seduce y encanta en esta época nuestra de trabajo, esto es, de precipitación que se consume con una prisa indecorosa por acabar pronto todo lo que emprende, incluyendo el leer un libro, ya sea antiguo o moderno.

El arte al que me estoy refiriendo no logra acabar fácilmente nada; enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, movidos por intenciones profundas, con los sentidos bien abiertos, con unos ojos y unos dedos delicados. Pacientes amigos míos, este libro no aspira a otra cosa que a tener lectores y filólogos perfectos. ¡Aprended, pues, a leerme bien!

Friedrich Nietzsche, Aurora, M. E. Editores, Madrid, 1994, p. 32-33.

Aunque lo anteriormente reflejado no puede estar mejor expresado, simplemente me gustaría lanzar la siguiente cuestión a quien desee reflexionar al respecto ¿Por qué pensamos que corriendo llegaremos a Ítaca si ya Kavafis nos advirtió de que de nada serviría llegar sin volverse sabio por el camino?

Si pretendemos alcanzar la virtud de un modo real y no contrafáctico, deberíamos plantearnos que lo bien hecho requiere de tiempo y que si la sociedad pretende que corramos tanto, tal vez, lo esencial, lo valioso y lo verdaderamente notorio surja de lo diferente. Cuanto más me dicen que corra, más demora de la supuesta llegada a Ítaca trato de propiciar.

Soraya Oronoz.