miércoles, 30 de enero de 2019

La humildad como clave del aprendizaje

¿Conoces cuál es la principal clave del aprendizaje? Entre los elementos conducentes a un proceso de enseñanza-aprendizaje significativo se contemplan algunos como la emoción, la experimentación sensorial, la motivación y un largo etcétera entre los que no podemos dejar de tener en cuenta la humildad, aspecto que trataremos en este post.

Todo conocimiento adquirido viene precedido de la conciencia de un desconocimiento consciente en relación a algún tema. No podemos pretender aprender sin admitir lo que desconocemos y por ello la humildad se convierte en catalizador de aprendizajes, en el hilo conducente hacia lo que Platón denominaba mundo de las ideas.

La base para aprehender, es decir, para hacer tuyo un aprendizaje radica en tener la cualidad o la capacidad de confiar en el que sabe para instruirte, de dejarte deleitar por los conocimientos que la humanidad ha ido adquiriendo y transmitiendo para acabar por interiorizarlos y de este modo lograr la introspección necesaria para generar nuevo conocimiento que delegar a las generaciones venideras.

lunes, 28 de enero de 2019

Del fracaso escolar al éxito: la importancia de un buen maestro

Hace años me avergonzaba de esto que os voy a contar:
Los que me conocéis ahora, pensáis que siempre he sido brillante en el ámbito académico, que mis calificaciones han sido siempre altas, que de un modo u otro ya estaba destinada para lo que hoy día tengo el placer de hacer; para enseñar e investigar en el ámbito educativo.
Os diré que la realidad dista mucho de lo que podéis imaginar; si preguntáis a mis profesores de la E.S.O os dirán que yo era un claro caso de fracaso escolar. Repetí dos veces en esta etapa educativa, me metieron en un programa de diversificación curricular (conocido en la actualidad como PMAR = Plan de Mejora del Aprendizaje y del Rendimiento), y mi única ambición era continuar con la gimnasia rítmica (deporte que practicaba desde los 3 años y en el que llegué a formar parte de la Federación Madrileña) y escribir.

Siempre fui una persona particular (como todas en realidad), de esas que o lo dan todo o no dan nada; supongo que como poetisa, lectora compulsiva de filosofía y otras muchas peculiaridades es algo normal, había algo que siempre me gustó, ¡Adoraba escribir!, desde los 4 años no recuerdo un solo día en el que no haya escrito poesía. Muchos de mis profesores me daban por perdida, aunque había algo que les hacía pensar que detrás de un comportamiento pasivo hacia los estudios y de distracción en el aula, se encontraba una alumna que podía tirar para adelante de modo espectacular. Uno de los profesores que me tenía como alumna en diversificación supo ver lo que me interesaba y tiró de mí, y tiró de él tanto que aún hoy siento la fuerza de lo que hizo, tal vez él nunca sea consciente de ello, o tal vez nunca lo fue (por desgracia no desconozco si sigue vivo).

José Ramón Tirado, mi maestro, mi mentor, aquel que creyó en mí, que me dio las fuerzas y la esperanza, que me ayudó a creer en mí misma; un claro ejemplo de efecto Pigmalión, es decir, por resumir de modo breve, un evidente caso de que las expectativas que un profesor o profesora tiene sobre sus alumnos o alumnas pueden hacer que estos brillen; que se queden en stand by o que se apaguen de manera transitoria, o por desgracia permanente. Este profesor regó la semilla del querer aprender, de amar el conocimiento, la sed de conocer…

jueves, 24 de enero de 2019

Maestros: los cirujanos del conocimiento


- No estoy preparado para esto.

¿Alguna vez has pensado o has dicho la frase anterior como docente?

Estudias tu carrera, inclusive un máster o puede que hasta hayas defendido tu tesis doctoral. Ahora bien, te sitúas frente a veinticinco alumnos (si tienes suerte con las ratios y no pasas de treinta) que te miran, se ríen, hablan, “molestan”. Sientes que no puedes controlarles (aunque como objetivo de la enseñanza no debería encontrarse el “ser capaz de controlar a” porque precisamente con amor, paciencia y conocimiento podemos y debemos formar mentes críticas que se autorregulen) y todo ello desemboca en un “no estoy preparado para esto”.

¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué los docentes se ven con su título bajo el brazo pero se sienten incapaces de enfrentarse en algunas ocasiones a su grupo de alumnos y alumnas?  Enseñar no es cuestión de saber, sino de sentir, de transmitir, de controlarse a uno mismo, de liderazgo, y de un millón de cuestiones de las que no se adquieren nociones en ninguna universidad ni en ningún sitio donde vayan a examinarte para darte un título (al menos no por ahora, en el año 2019).

La responsabilidad de ser profesor es tan elevada que tal vez debería haber una asignatura dentro de cualquier plan formativo, entre los que incluyo el Máster en Formación del Profesorado que tratase este tema, al igual que el de la transmisión de valores y del “saber ser” en el aula, aunque este tema lo trataremos en posteriores post.



Los que venimos de un grado o diplomatura vinculada de modo directo con la educación lo tenemos más fácil; pues nuestros conocimientos teóricos sobre psicología, pedagogía y didáctica hacen que podamos extrapolar lo que sabemos de la enseñanza en niveles educativos de infantil o primaria a otros superiores como Formación Profesional o inclusive en la universidad. Ojo, digo conocimientos teóricos que no prácticos, pero la realidad es que si sabes la teoría la puedes aplicar a la práctica. En cambio, aquellos docentes que saben mucho de su tema pero que no cuentan con los conocimientos precisos para llevar al grupo; para motivar a sus alumnos y poder disfrutar transmitiendo todo ese saber,  pueden encontrarse perdidos, con ansiedad y miedo y que toda esa maraña de emociones les lleve a una parálisis en su función docente o inclusive a abandonar la misma.

En colación a lo anterior diré ¿Debe un cirujano conocer el cuerpo de sus pacientes, o simplemente vale con que sepa donde clavar el bisturí y suturar? Profesor, profesora, educador, educadora, maestro, maestra: nosotros somos cirujanos del conocimiento, no sirve sólo con saber el procedimiento a seguir para “dar una clase”, para “suturar” e irnos a casa. Debemos tener integradas las nociones de aquello que enseñamos, y no en menor orden de importancia, hemos de conocer a nuestros “pacientes”. En ello radica el éxito de ser buen educador. 

Un auxiliar de veterinaria corta donde le dicen, sutura donde le mandan, y puede operar igual de bien o mejor que un cirujano, pero a menos que se moleste en aprender, no sabrá por qué hace las cosas, y en realidad estará salvando vidas por costumbre, por práctica, pero no por conocimiento intrínseco de aquello que está llevando a cabo.
Al igual que en el anterior caso, un profesor que enseñe sin saber a quién enseña, sin conocer a sus alumnos, sin tener en cuenta las características psicoevolutivas, los momentos, los ritmos, las teorías sobre aprendizaje y motivación y un largo etcétera estará cortando sin saber a ciencia cierta por qué ni cómo lo hace. En cambio el buen maestro cortará y suturará sabiendo lo que hace y eliminará el factor “azar”.
La educación es demasiado seria como para dejar en manos de la suerte los resultados. Al igual que el cirujano conoce a la perfección su área de conocimiento y a su paciente por dentro; el maestro tiene la obligación moral y profesional de conocer a sus alumnos a nivel individual y global para no errar en su intervención.