lunes, 20 de agosto de 2018

El entorno como transmisor de valores

La Educación en Valores es algo un tanto subjetivo y difícil de acotar. Todos los profesionales de la educación y en general la sociedad demanda una enseñanza moral adecuada, pero ¿cómo podemos hacerlo de manera efectiva y significativa?

El entorno por sí mismo es un gran maestro y es que, gracias a él podemos aprender pautas de convivencia adecuada en lo que respecta al respeto por el prójimo, por el medio ambiente, y de modo global por todos los seres que en él habitan.


El inicio de la enseñanza de valores ha de comenzarse bajo la perspectiva Roussoniana de no hacer daño a los demás. El respeto, la tolerancia y el amor han de ser piezas clave en la formación del individuo. El primer paso para tolerar es el respeto y a su vez, el modo de llegar a respetar, radica en el amor. Todos y todas respetamos y toleramos aquello que amamos, eso que sentimos nuestro y que por ende deseamos proteger a toda costa.

Lo primero que el sistema educativo y la comunidad ha de plantearse es aquello que anhela proteger, a partir de ahí, podrá diseñar las estrategias adecuadas para transmitir el amor necesario para que los niños y niñas quieran cuidarlo per se; ya sea el patrimonio, el medio ambiente, los animales, el arte, etc.

El entorno nos enseña la belleza de la naturaleza, la grandiosidad de las cosas bonitas que puede hacer el ser humano a través del patrimonio cultural, la inmensidad y la complejidad de la vida y a su vez la sencillez del ciclo vital. También enseña las consecuencias de no cuidarlo, lo que ocurre si no lo protegemos, el lado oscuro de la pérdida de valores vinculado al respeto por parte de la humanidad.


Lo más importante que se debe enseñar a los niños es su papel activo como responsables del mundo y es que, desde las edades más tempranas se ha de concienciar a los pequeños para que sean seres dignos de ser admirados, personas humildes que hagan grandes cosas por ellos mismos pero también por los demás, empezando por pequeños gestos que abren camino a la felicidad no sólo para unos pocos, sino para todos.

La humanidad evoluciona, la sociedad cambia y con ella, ha de cambiar la educación como medio de moldear los pensamientos de los individuos en pro del progreso sostenible para el mantenimiento de nuestra especie y de todas las demás. 

Tal vez estemos evolucionando mucho en temas de ciencia y tecnología, pero los niños y niñas son condenados a una vida cada vez más alejada de su entorno natural y por ende, más lejana a la problemática ambiental y a una crisis de valores que puede comportar el fin de muchas cosas consideradas valiosas hasta el momento.

La vuelta a la naturaleza, a la contemplación del entorno, a la fusión con el aire fresco, al contacto con los animales no humanos en libertad, al aroma de las flores en primavera y al crujir de las hojas en invierno, pueden suponer la clave para desempeñar un proceso de enseñanza-aprendizaje alejado de las aulas, de las sillas y mesas y cercano a la realidad. Pues no se nos olvide que hay que educar para la vida y por la vida, tal como sostenía Ovide Decroly.

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