- No estoy
preparado para esto.
¿Alguna vez has
pensado o has dicho la frase anterior como docente?
Estudias tu
carrera, inclusive un máster o puede que hasta hayas defendido tu tesis
doctoral. Ahora bien, te sitúas frente a veinticinco alumnos (si tienes suerte
con las ratios y no pasas de treinta) que te miran, se ríen, hablan,
“molestan”. Sientes que no puedes controlarles (aunque como objetivo de la
enseñanza no debería encontrarse el “ser capaz de controlar a” porque
precisamente con amor, paciencia y conocimiento podemos y debemos formar
mentes críticas que se autorregulen) y todo ello desemboca en un “no estoy preparado para esto”.
¿Qué estamos
haciendo mal? ¿Por qué los docentes se ven con su título bajo el brazo pero se
sienten incapaces de enfrentarse en algunas ocasiones a su grupo de alumnos y
alumnas? Enseñar no es cuestión de
saber, sino de sentir, de transmitir, de controlarse a uno mismo, de liderazgo,
y de un millón de cuestiones de las que no se adquieren nociones en ninguna
universidad ni en ningún sitio donde vayan a examinarte para darte un título
(al menos no por ahora, en el año 2019).
La responsabilidad de ser profesor es tan
elevada que tal vez debería haber una asignatura dentro de cualquier plan
formativo, entre los que incluyo el Máster en Formación del Profesorado que
tratase este tema, al igual que el de la transmisión de valores y del “saber
ser” en el aula, aunque este tema lo trataremos en posteriores post.
Los que venimos de un
grado o diplomatura vinculada de modo directo con la educación lo tenemos más
fácil; pues nuestros conocimientos teóricos sobre psicología, pedagogía y
didáctica hacen que podamos extrapolar lo que sabemos de la enseñanza en
niveles educativos de infantil o primaria a otros superiores como Formación
Profesional o inclusive en la universidad. Ojo, digo conocimientos teóricos que
no prácticos, pero la realidad es que si sabes la teoría la puedes aplicar a la
práctica. En cambio, aquellos docentes que saben mucho de su tema pero que no
cuentan con los conocimientos precisos para llevar al grupo; para motivar a sus
alumnos y poder disfrutar transmitiendo todo ese saber, pueden encontrarse perdidos, con ansiedad y
miedo y que toda esa maraña de emociones les lleve a una parálisis en su
función docente o inclusive a abandonar la misma.
En colación a lo
anterior diré ¿Debe un cirujano conocer
el cuerpo de sus pacientes, o simplemente vale con que sepa donde clavar el
bisturí y suturar? Profesor, profesora, educador, educadora, maestro,
maestra: nosotros somos cirujanos del
conocimiento, no sirve sólo con saber el procedimiento a seguir para “dar
una clase”, para “suturar” e irnos a casa. Debemos tener integradas las
nociones de aquello que enseñamos, y no en menor orden de importancia, hemos de
conocer a nuestros “pacientes”. En ello radica el éxito de ser buen educador.
Un auxiliar de veterinaria corta donde le dicen, sutura donde le mandan, y puede
operar igual de bien o mejor que un cirujano, pero a menos que se moleste en
aprender, no sabrá por qué hace las cosas, y en realidad estará salvando vidas
por costumbre, por práctica, pero no por conocimiento intrínseco de aquello que
está llevando a cabo.
Al igual que en el anterior caso, un profesor que enseñe sin saber a quién enseña, sin conocer a sus alumnos, sin tener en cuenta las características psicoevolutivas, los momentos, los ritmos, las teorías sobre aprendizaje y motivación y un largo etcétera estará cortando sin saber a ciencia cierta por qué ni cómo lo hace. En cambio el buen maestro cortará y suturará sabiendo lo que hace y eliminará el factor “azar”.
La educación es demasiado seria como para dejar en manos de la suerte los resultados. Al igual que el cirujano conoce a la perfección su área de conocimiento y a su paciente por dentro; el maestro tiene la obligación moral y profesional de conocer a sus alumnos a nivel individual y global para no errar en su intervención.
Al igual que en el anterior caso, un profesor que enseñe sin saber a quién enseña, sin conocer a sus alumnos, sin tener en cuenta las características psicoevolutivas, los momentos, los ritmos, las teorías sobre aprendizaje y motivación y un largo etcétera estará cortando sin saber a ciencia cierta por qué ni cómo lo hace. En cambio el buen maestro cortará y suturará sabiendo lo que hace y eliminará el factor “azar”.
La educación es demasiado seria como para dejar en manos de la suerte los resultados. Al igual que el cirujano conoce a la perfección su área de conocimiento y a su paciente por dentro; el maestro tiene la obligación moral y profesional de conocer a sus alumnos a nivel individual y global para no errar en su intervención.
Los eruditos del conocimiento no siempre han de ser buenos docentes, y los buenos docentes no tienen por qué ser siempre los más eruditos en su materia, pero sí los más expertos en impartir lo que deben enseñar y para ello, tan importante es conocer los conceptos, como saber llevar a los alumnos. Esto sólo se consigue interiorizando conocimientos sobre el desarrollo evolutivo de los educandos, sobre teorías de aprendizaje y de enseñanza, sobre motivación, y un largo etcétera de cuestiones que deberían ser esenciales dentro del saber de todo profesor.
Me da igual que
impartas clases de biología molecular en la Universidad de Oxford; un buen
maestro ha de saber hacer llegar el conocimiento a cualquier tipo de alumno.
Ese gran maestro de Oxford debe ser capaz de hacer entender a alumnos de
Formación Profesional Básica o a estudiantes de Programas de Mejora del
Aprendizaje y del Rendimiento, si quiere autodenominarse maestro, pues de lo
contrario será un mero transmisión de contenidos, y a título personal considero,
que para tener un mero transmisor de conocimiento podemos integrar libros y
ordenadores para que los alumnos y alumnas absorban información sin más.
Se suele decir que
no es maestro el que no practica el arte de la docencia, pero ojo, hay muchos
que imparten docencia sin conocer el arte de ser maestros. Deberíamos
reflexionar sobre la formación didáctica de los que enseñan, sobre la imperiosa
necesidad de formar a los que forman, de valorizar de una vez por todas nuestra
profesión y de dejar de llamar educadores
a los que sólo recitan, a los que no se preocupan más que por enseñar, y no por
aprender como aprenden a aquellos a los que enseña.
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