jueves, 24 de enero de 2019

Maestros: los cirujanos del conocimiento


- No estoy preparado para esto.

¿Alguna vez has pensado o has dicho la frase anterior como docente?

Estudias tu carrera, inclusive un máster o puede que hasta hayas defendido tu tesis doctoral. Ahora bien, te sitúas frente a veinticinco alumnos (si tienes suerte con las ratios y no pasas de treinta) que te miran, se ríen, hablan, “molestan”. Sientes que no puedes controlarles (aunque como objetivo de la enseñanza no debería encontrarse el “ser capaz de controlar a” porque precisamente con amor, paciencia y conocimiento podemos y debemos formar mentes críticas que se autorregulen) y todo ello desemboca en un “no estoy preparado para esto”.

¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué los docentes se ven con su título bajo el brazo pero se sienten incapaces de enfrentarse en algunas ocasiones a su grupo de alumnos y alumnas?  Enseñar no es cuestión de saber, sino de sentir, de transmitir, de controlarse a uno mismo, de liderazgo, y de un millón de cuestiones de las que no se adquieren nociones en ninguna universidad ni en ningún sitio donde vayan a examinarte para darte un título (al menos no por ahora, en el año 2019).

La responsabilidad de ser profesor es tan elevada que tal vez debería haber una asignatura dentro de cualquier plan formativo, entre los que incluyo el Máster en Formación del Profesorado que tratase este tema, al igual que el de la transmisión de valores y del “saber ser” en el aula, aunque este tema lo trataremos en posteriores post.



Los que venimos de un grado o diplomatura vinculada de modo directo con la educación lo tenemos más fácil; pues nuestros conocimientos teóricos sobre psicología, pedagogía y didáctica hacen que podamos extrapolar lo que sabemos de la enseñanza en niveles educativos de infantil o primaria a otros superiores como Formación Profesional o inclusive en la universidad. Ojo, digo conocimientos teóricos que no prácticos, pero la realidad es que si sabes la teoría la puedes aplicar a la práctica. En cambio, aquellos docentes que saben mucho de su tema pero que no cuentan con los conocimientos precisos para llevar al grupo; para motivar a sus alumnos y poder disfrutar transmitiendo todo ese saber,  pueden encontrarse perdidos, con ansiedad y miedo y que toda esa maraña de emociones les lleve a una parálisis en su función docente o inclusive a abandonar la misma.

En colación a lo anterior diré ¿Debe un cirujano conocer el cuerpo de sus pacientes, o simplemente vale con que sepa donde clavar el bisturí y suturar? Profesor, profesora, educador, educadora, maestro, maestra: nosotros somos cirujanos del conocimiento, no sirve sólo con saber el procedimiento a seguir para “dar una clase”, para “suturar” e irnos a casa. Debemos tener integradas las nociones de aquello que enseñamos, y no en menor orden de importancia, hemos de conocer a nuestros “pacientes”. En ello radica el éxito de ser buen educador. 

Un auxiliar de veterinaria corta donde le dicen, sutura donde le mandan, y puede operar igual de bien o mejor que un cirujano, pero a menos que se moleste en aprender, no sabrá por qué hace las cosas, y en realidad estará salvando vidas por costumbre, por práctica, pero no por conocimiento intrínseco de aquello que está llevando a cabo.
Al igual que en el anterior caso, un profesor que enseñe sin saber a quién enseña, sin conocer a sus alumnos, sin tener en cuenta las características psicoevolutivas, los momentos, los ritmos, las teorías sobre aprendizaje y motivación y un largo etcétera estará cortando sin saber a ciencia cierta por qué ni cómo lo hace. En cambio el buen maestro cortará y suturará sabiendo lo que hace y eliminará el factor “azar”.
La educación es demasiado seria como para dejar en manos de la suerte los resultados. Al igual que el cirujano conoce a la perfección su área de conocimiento y a su paciente por dentro; el maestro tiene la obligación moral y profesional de conocer a sus alumnos a nivel individual y global para no errar en su intervención.



Los eruditos del conocimiento no siempre han de ser buenos docentes, y los buenos docentes no tienen por qué ser siempre los más eruditos en su materia, pero sí los más expertos en impartir lo que deben enseñar y para ello, tan importante es conocer los conceptos, como saber llevar a los alumnos. Esto sólo se consigue interiorizando conocimientos sobre el desarrollo evolutivo de los educandos, sobre teorías de aprendizaje y de enseñanza, sobre motivación, y un largo etcétera de cuestiones que deberían ser esenciales dentro del saber de todo profesor.

Me da igual que impartas clases de biología molecular en la Universidad de Oxford; un buen maestro ha de saber hacer llegar el conocimiento a cualquier tipo de alumno. Ese gran maestro de Oxford debe ser capaz de hacer entender a alumnos de Formación Profesional Básica o a estudiantes de Programas de Mejora del Aprendizaje y del Rendimiento, si quiere autodenominarse maestro, pues de lo contrario será un mero transmisión de contenidos, y a título personal considero, que para tener un mero transmisor de conocimiento podemos integrar libros y ordenadores para que los alumnos y alumnas absorban información sin más.

Se suele decir que no es maestro el que no practica el arte de la docencia, pero ojo, hay muchos que imparten docencia sin conocer el arte de ser maestros. Deberíamos reflexionar sobre la formación didáctica de los que enseñan, sobre la imperiosa necesidad de formar a los que forman, de valorizar de una vez por todas nuestra profesión y de dejar de llamar educadores a los que sólo recitan, a los que no se preocupan más que por enseñar, y no por aprender como aprenden a aquellos a los que enseña.

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