Hace años me
avergonzaba de esto que os voy a contar:
Los que me conocéis
ahora, pensáis que siempre he sido brillante en el ámbito académico, que mis
calificaciones han sido siempre altas, que de un modo u otro ya estaba
destinada para lo que hoy día tengo el placer de hacer; para enseñar e
investigar en el ámbito educativo.
Os diré que la
realidad dista mucho de lo que podéis imaginar; si preguntáis a mis profesores
de la E.S.O os dirán que yo era un claro caso de fracaso escolar. Repetí dos
veces en esta etapa educativa, me
metieron en un programa de diversificación curricular (conocido en la
actualidad como PMAR = Plan de Mejora del Aprendizaje y del Rendimiento), y mi
única ambición era continuar con la gimnasia rítmica (deporte que practicaba
desde los 3 años y en el que llegué a formar parte de la Federación Madrileña)
y escribir.
Siempre fui una
persona particular (como todas en realidad), de esas que o lo dan todo o no dan
nada; supongo que como poetisa, lectora compulsiva de filosofía y otras muchas
peculiaridades es algo normal, había algo que siempre me gustó, ¡Adoraba escribir!,
desde los 4 años no recuerdo un solo día en el que no haya escrito poesía.
Muchos de mis profesores me daban por perdida, aunque había algo que les hacía
pensar que detrás de un comportamiento pasivo hacia los estudios y de
distracción en el aula, se encontraba una alumna que podía tirar para adelante
de modo espectacular. Uno de los profesores que me tenía como alumna en
diversificación supo ver lo que me interesaba y tiró de mí, y tiró de él tanto
que aún hoy siento la fuerza de lo que hizo, tal vez él nunca sea consciente de
ello, o tal vez nunca lo fue (por desgracia no desconozco si sigue vivo).
José Ramón Tirado,
mi maestro, mi mentor, aquel que creyó en mí, que me dio las fuerzas y la
esperanza, que me ayudó a creer en mí misma; un claro ejemplo de efecto
Pigmalión, es decir, por resumir de modo breve, un evidente caso de que las expectativas que un profesor o
profesora tiene sobre sus alumnos o alumnas pueden hacer que estos brillen; que se
queden en stand by o que se apaguen de manera transitoria, o por desgracia
permanente. Este profesor regó la semilla del querer aprender, de amar el
conocimiento, la sed de conocer…
Cuando otros me
daban por perdida, José Ramón Tirado tomó la ardua tarea de creer en alguien
que en ese momento no creía ni en sí misma, de luchar por sacar la luz de
alguien que permanecía entre tinieblas.
Y así pasaron los
cursos, saqué la ESO, el Bachillerato a la par que estudiaba la titulación de
Auxiliar de Veterinaria, hice un Ciclo Formativo de Grado Superior, me fui de
Erasmus, hice la Prueba de Acceso a la Universidad para subir nota y entré en
el grado en Veterinaria y posteriormente, tras comprobar mi amor por la
docencia me matriculé en el grado en Educación Infantil que me saqué con unas
calificaciones muy buenas y me llevó a lograr el premio de excelencia
académica, también saqué el certificado de profesionalidad en Interpretación y
Educación Ambiental y algún que otro curso más.
En la actualidad
estudio un máster y me encuentro pensando en el doctorado, también he disfrutado
de una beca de colaboración en la Universidad Rey Juan Carlos y sigo
investigando dentro del ámbito educativo. Mis proyectos de investigación
interesan e incluso me han ofrecido ser profesora asociada en la universidad,
lo que yo me pregunto es lo siguiente ¿Y
si José Ramón Tirado no hubiera creído en mí?
Por suerte di con
mi tercer gran maestro, José Eloy Hortal, que siempre me hace ver mi liebre
entre todas las que corren por el frondoso bosque de mi mente, y me ayuda a
vislumbrar los objetivos; a no desistir, a luchar día a día ya no solo por mí y
por mis sueños (que en muchas ocasiones son auténticas locuras), sino por la
calidad educativa que nuestro país merece, por el avance en este campo, por la
mejora permanente, porque ¿Por qué no? pues hasta las historias más malas con
el peor de los inicios pueden tornarse best sellers.
Este post va para ti profesor, profesora, maestro,
maestra, educador, educadora, padre, madre, abuelo, abuela… va para que comprendas que lo único que necesita todo aquel que
emprende el camino hacia el conocimiento, es saber que crees en él, es ver en
tus ojos la pasión, el amor; es creer en sí mismo porque tú sabes que puede,
porque confías en sus posibilidades, porque estás para apoyarle.
Detrás de cada
persona hay una historia; unos problemas, una lucha, una superación, unas
inseguridades, unos miedos, unas ilusiones, una esperanza y una desesperanza.
Este post va para
decirte que riegues la semilla con cariño; que te digas a ti mismo que esa
persona puede, que hagas que esa persona se diga a sí misma ¿por qué no?, que
hagas que las raíces sean tan fuertes, que el árbol, por muchas tormentas que
pase permanezca aferrado a su lugar, que enseñes a creer, que enseñes a volar.
Que veas esperanza donde otros ven desesperanza, porque yo soy esa alumna que molestaba en clase, que suspendía todo, que
llegaba tarde, o que se ausentaba, soy aquella alumna que no sabía que quería
aprender, y también soy esa alumna que logró una beca Erasmus, una Eurobeca y
el premio de excelencia académica, también soy esa alumna que sacó su grado
de modo brillante, que logró la excelencia a nivel académico, que sigue
formándose gracias a que un día, un profesor creyó en mí, gracias a que esa
maravillosa persona hizo que me sintiera capaz, que nunca dijo “no puede” y me
invitó a pisar el mundo y a dejar de pasar por él. Gracias a una maestra que me
transmitió su pasión y a un maestro que pese a todas las adversidades confía en
mis capacidades y me enseña día a día que no debo olvidar de dónde vengo y
hacia dónde voy.
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