lunes, 15 de abril de 2019

Enseñar a amar el patrimonio para conservar nuestra historia

A día 15 de abril de 2019 millones de personas, por desgracia, hemos sido testigos ya sea in situ o a través de la pantalla del televisor, del ordenador, de la radio, o de cualquier otro dispositivo del terrible incendio en la catedral de Notre Dame de París.

Son muchas las personas que se han lanzado a escribir en Redes Sociales cuestiones como "A mí me duele más que se queme un monte", "no es para tanto", etc., Disculpad amigos, pero sí es para tanto, y duele igual que el incendio de lugares naturales. Los seres humanos tenemos conciencia y por ende obligaciones. Conservar nuestro patrimonio natural y cultural resulta esencial para garantizar la supervivencia de nuestro legado, para transmitir nuestra historia a las presentes generaciones y a las venideras.

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 El patrimonio como ejemplo de nuestra evolución

Si en algo nos distinguimos de otros seres es en el deseo de ser educados, en la necesidad de aprender y de crear cosas nuevas basándonos en los descubrimientos y en las acciones de nuestros antepasados. Los libros, las obras de arte, la música, el patrimonio y por supuesto el entorno natural describen nuestro paso por la tierra y ejemplifican la evolución humana pasando el testigo de su conservación a los nuevos miembros que se integran en la sociedad.

Enseñar a amar el patrimonio no es un lujo, es una necesidad. Se ha de contemplar dentro de las más tempranas enseñanzas la transmisión de pautas de comportamiento ligadas a unos valores que propicien el amor por nuestro legado, pues sólo si el individuo lo siente como suyo, tendrá ya no el deber de conservarlo, sino la necesidad, partiendo de su propia voluntad.

Pensemos una cosa: ¿Cuál es el peor ataque que se le puede hacer a una civilización? Muchos pueden pensar que agredir a las personas que la conforman, abusar de su población... pero realmente, el modo de dañar de forma irreparable e inclusive de hacer desaparecer el rastro de todo agrupamiento humano es atentar contra su legado.

La literatura como medio de puesta en valor del patrimonio

La catedral gótica de Notre Dame fue construida entre 1163 y 1345 y fue el lugar en que Victor hugo se inspiró para realizar una de sus más grandes obras literarias, Nuestra Señora de París, de 1831, más conocida como El jorobado de Notre Dame, pasando a convertirse en un auténtico símbolo en el mundo artístico del arte, de la literatura y de la sociedad en su conjunto. 

Son muchos los medios que se pueden emplear para enseñar a amar el patrimonio y por lo tanto a respetar por voluntad propia nuestro legado cultural y natural, mas es la literatura un modo espectacular de transmitir valores encaminados a conseguir una sociedad con auténtica altura de miras humanas que mire por la preservación de lo que a lo largo de los siglos nuestros ancestros han ido legándonos. 

Si enseñas memorizando conseguirás que los sujetos vomiten una lección en un examen, si educas emocionando harás que los aprendizajes duren toda la vida, si haces que los educandos integren valores en relación al respeto por su entorno harás que su conducta se fundamente en actuaciones de cuidado y protección hacia el mismo y por supuesto, si logras hacer que el que se adentra en el conocimiento ame lo que está interiorizando transformarás la realidad.

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Amor como conservación y no como posesión

La pasión por la conservación del patrimonio no nos debe llevar a una concepción materialista de la existencia en la que basemos la felicidad en cosas. Esto no quiere decir que todo valga, pero está claro que a lo largo de la vida te vas percatando de que se van perdiendo cosas de manera inexorable. Ahora bien ¿Qué es lo que se puede conservar? Ante el miedo por perder (por ejemplo la catedral de Notre Dame de París) nos queda el consuelo de poder hacer perdurar nuestra cultura a través del arte, de las palabras, de la pintura, del boca a boca... y es que el patrimonio material realmente puede pasar a inmaterial de un modo tan fugaz que asusta.
Hay que educar para conservar, para respetar, hacer que el patrimonio perdure pero también hay que educar para la resiliencia, haciendo que los duros golpes no destrullan a las personas, tratando de hacer que desarrollen una perspectiva crítica, una mente abierta, dispuesta a conservar pero también a crear.

Precisamente enseñar a amar, en todas sus vertientes radica en educar en el afecto incondicional. La educación patrimonial no ha de basarse en un instruir basado en el "querer" sino en el amor, partiendo del respeto, de la admiración y de la protección. 

Utilicemos cuentos, dibujos, historias, el patrimonio en sí como recurso didáctico, fotografías, palabras, etc y todo lo que se nos ocurra, pero por favor, enseñemos a amar y no a querer, enseñemos a conservar y no a poseer, porque es el sentimiento de posesión el que hace que surjan conflictos, rencores, miedos y dolores. Enseñemos a enseñar a amar nuestro entorno, y no sólo instruyamos a los futuros maestros o educadores infantiles en competencias conceptuales, sino en competencias procedimentales, actitudinales y orientadas al amor real.

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