domingo, 18 de enero de 2015

Vergüenza, una emoción aprendida

Cuando hablamos de emociones, debemos diferenciar principalmente dos tipos; las denominadas "emociones primarias" que podríamos definirlas como aquellas innatas que posee el individuo y las "emociones secundarias" que son aquellas que se aprenden con la experiencia y llegan a convertirse en parte de la identidad del sujeto.

No voy a contaros de forma técnica todo el tema de las emociones porque el artículo no pretende cumplir ese objetivo. Lo que quiero, en esta ocasión es acercaros a conocer el origen de la vergüenza.

La vergüenza se clasifica generalmente como una emoción secundaria, lo que indica que el individuo la adquiere a través de su interacción con el medio y sobretodo con otros miembros de su misma especie. Digo de su misma especie, porque tras investigar bastante, no me queda claro si se puede considerar que los animales no humanos comparten esta emoción o si carecen de ella. En mi opinión, bajo mi experiencia, creo que en el reino animal (excluyendo al humano) es más correcto hablar de culpa ya que en muchas ocasiones confundimos este término con el de vergüenza, aunque realmente la separación entre ambas emociones es realmente débil.

Según la Teoría de los afectos de Gershen Kaufman se considera que culpa y vergüenza contienen una línea divisoria que no está del todo definida, y en este sentido, Kaufman considera la culpa como una conducta aprendida que consiste en una acusación hacia uno mismo por una serie de acciones de las que uno se siente responsable. Es complicado aplicar esta definición a los animales no humanos, ya que, para ello, deberían ser conscientes de su propio yo y este tema está en estudio. Bajo mi punto de vista y tras haber analizado el comportamiento de varias especies, consideraría que los animales son capaces de sentir vergüenza (por ejemplo, solo hay que ver la cara que pone un perro ha roto algo importante de su compañero humano) aunque claro está que puedo estar confundida y que en realidad sea una combinación entre miedo, culpa e incluso tristeza. No entraremos tampoco a analizar el tema de la vergüenza en los animales no humanos porque en esta ocasión nos centraremos en la vergüenza como parte del ser humano.
El niño viene al mundo como un ser inocente, puro y natural. Según pasan los años, mediante el contacto con otros humanos, la naturaleza de esta criatura va mutando y se va creando su propio ser a partir de otros semejantes. Educamos a los pequeños a sentir vergüenza por cosas realmente absurdas que únicamente condicionarán su forma de ver la vida. Nos enseñan a sentirnos culpables por cosas que no entendemos y que acaban formando parte de nuestra conducta y afectando a nuestra psique.

El niño pretende la aprobación del adulto, le enseñamos a obedecer lo que nosotros consideramos como "normas esenciales" y nos olvidamos de sus propios intereses.
Queremos crear copias de lo que se supone que es un "buen niño", evitamos lo diferente y comparamos lo incomparable.

El niño comienza a ser joven y el joven comienza a ser adulto y, si durante el proceso de enseñanza-aprendizaje ha logrado conservar algo de su esencia natural, se parará a reflexionar sobre "el bien" y "el mal".

La vergüenza, en mi opinión, nace de una disonancia cognitiva entre algo que nos han hecho creer que está mal y que nosotros mismos no juzgamos como tal. Es un choque entre esquemas mentales, una lucha de conciencia entre lo aprendido y la naturaleza humana. De aquí nacen los temas tabú como las Restricciones sobre actividades y relaciones sexuales (masturbación, sexo prematrimonial o extramatrimonial, pornografía, homosexualidad, bisexualidad), restricciones en el uso del lenguaje (palabrotas y juramentos) e incluso restricciones en nuestra forma de pensar.
En cambio, prácticamente la gran mayoría de adultos tienen relaciones sexuales, utilizan palabrotas para expresarse y piensan de forma diferente a lo que la sociedad desea y ¿esto está mal?
Si consideramos que esto no es correcto, tal vez deberíamos plantearnos la razón de ello. Lo hacemos, lo disfrutamos pero nos avergonzamos de ello y ¿sabéis por qué?, por el "dogma social".

Nos pensamos tan superiores al resto de seres, tan importantes en este mundo... es tal nuestro ego que llegamos a interferir entre nuestra propia naturaleza y lo que unos dicen que está bien. Tal vez, deberíamos ser más animales y menos humanos para comprender que eso no conduce a nada.

No digo que en ciertas ocasiones la vergüenza pueda ser útil pero, en la mayoría de los casos es algo que, al igual que el miedo paraliza. El humano llega un momento en el que no distingue el bien del mal y dentro de su propio ser anida una maraña de emociones y sentimientos desencontrados que no sabe como regular.

Imaginar por un momento ser un niño, desorientado, desconocedor de la sociedad y temeroso de no ser como los demás ¿cómo os sentís? 

En resumen, lo que quiero hacer ver, es como el humano ha utilizado una emoción como la vergüenza para su propio beneficio personal. La vergüenza está matando a médicos que querían ser artistas, a abogados que querían ser jardineros y a jardineros que querían ser acróbatas. La vergüenza, está impidiendo que los niños se expresen libremente y que los adultos aprendamos de su esencia.

La vergüenza, no cabe duda que es algo social. Algo que nos obligan a sentir y que envenena nuestro interior impidiendo el progreso personal y social.

Eduquemos en valores y el propio humano sabrá el rumbo que ha de tomar en la vida sin mediación de la vergüenza ni de otros factores que empequeñecen la grandeza de nuestra propia naturaleza. No olvidemos que somos animales y que no estamos obligados a ser "perfectos".

Soraya R. Oronoz

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias Andres.
      En realidad, no se si llevo razón o no. Simplemente escribo desde el corazón y trato de transmitir lo que pienso. Me gustaría que este espacio sirva para la reflexión. Porque juntos podemos arreglar este mundo que en muchas ocasiones parece venirse abajo.

      Un saludo y gracias nuevamente por tu gran aportación.

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