jueves, 26 de febrero de 2015

Cárceles educativas, jaulas para cerebros

Desde niña tuve la sensación de estar presa y obligada a fijar la mirada en lo que los adultos mandaban. Contenidos vacíos, memorizar, escupir, olvidar.

El sistema educativo está en crisis, un modo retrógrado e inútil basado en ideas ajenas no actualizadas. La Escuela Nueva ya no es nueva, es vieja y nuestra forma de enseñar no se ajusta a las demandas actuales.

Nacer, crecer, aprender lo que los libros dicen que debemos aprender y morir. Una vida basada en pensamientos y actos de nuestros antepasados y no dirigida al progreso real.
Los colegios son cárceles que condenan el libre pensamiento y que asesinan la imaginación. Todos los niños son grandes genios que se van corrompiendo a lo largo de su etapa educativa.
Nos enseñan a musitar que todos somos iguales pero en verdad, lo que deberían comprender, es, que cada uno de nosotros somos diferentes, nuestras necesidades, nuestros intereses, sentimientos, emociones y acciones difieren y no puede ser sostenible un sistema que trata de borregizar a las mentes pensantes.

Nos hacen creer que nos educan para ser libres y realmente nos manipulan para ser esclavos del sistema y de la gran mentira en la que quieren que basemos nuestra existencia.



Pasamos sentados en una silla y mirando una pizarra prácticamente la mitad de horas de nuestras vidas, jaulas para cerebros, cintas represoras de la imaginación.

¡Es así por que lo digo yo!

Fracaso escolar, desinterés, delincuencia, ansiedad, vidas evocadas a complacer a otros, mentes manipuladas y grandes ideas evocadas al aborto.

La educación ha sido y siempre será una secta de adoctrinamiento reglada, a no ser que cambiemos el enfoque y retomemos la verdadera esencia de la transmisión de conocimientos y recepción de los mismos.

Mentes libres, imaginación, inteligencia múltiple, dejemos atrás la ancestral tradición de obligar a aprender y adentrémonos en el apasionante mundo del conocimiento centrado en las necesidades personales y los intereses de cada individuo.

Soraya R. Oronoz

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